Una incursión de Franchy y Roca en el habla canaria

En un dossier especial sobre las Islas Canarias, el Heraldo de Madrid publicó el martes 21 de abril de 1908 un breve artículo de Franchy y Roca titulado "Cómo se habla en Canarias", que reproducimos a continuación. Los hermanos Luis y Agustín Millares también participan en la edición y éste último publicará en 1932 el texto "Cómo hablan los canarios", título quizá inspirado en el del estudio que comentamos. Franchy venía desarrollando una actividad periodística desde los últimos años del siglo XIX, a la vez que evolucionaba hacia la acción política y social que lo convertiría en líder del republicanismo federal grancanario, con la edición de El Tribuno. De este breve trabajo, redactado en plena ebullición del divisionismo y el autonomismo isleños previa a la visita de Romanones y Alfonso XIII y al gran debate sobre la reforma local que desembocará en la Ley de Cabildos, Franchy incluye una curiosa referencia a cómo en Fuerteventura denominan al oscurecer fusco ó no fusco. En realidad, se trata de la expresión galaico-portuguesa de origen latino o fusco no fusco, aunque existen otras formas más habituales tales como:  no fusco-fusco da noite, no fusco-fusco da tardinha o da tarde, no fusco-fusco da madrugada, no fusco matutino, no fusco vespertino, etc. Franchy pasaba largas temporadas en la isla majorera, concretamente en Tiscamanita, donde estaba avecindada la familia de su esposa.

Recuerdo haberle oído decir al gramático y polígrafo insigne D. Eduardo Benot que Canarias es una de las regiones españolas donde mejor se habla el castellano, aunque se pronuncia mal.
Y es exactísimo. La pronunciación de los canarios es defectuosa; pero su lenguaje aventaja en pureza y corrección al usado en muchas partes de la Península.
El mayor número de las voces y frases que generalmente se tiene por provincialismos canarios, no son tales, sino casticísimas voces castellanas caídas en desuso en otras re­giones.
Así, por ejemplo: abaldonar, por envilecer; acarrelo, por acarreo; barrial, por tierra arci­llosa; cequia por acequia; chanco, por chancla; desagotar, por desaguar; mascada, por mascadura; nano, por enano; puya, por púa, etc.
En el mismo caso so hallan los verbos to­carse y destocarse, en las acepciones de cubrir­se y descubrirse la cabeza.
Los campesinos canarios dicen todavía asín, asina, ansi y ansina, denantes y endenantes, emprestar, encomenzar, abajar. Y aún en las alturas de los montes isleños se oye gritar á los pastores ¡Jao!, ¡Jurriallá!, ¡Arrejálate pa acá!, voces que los riscos debieron de oír también a los soldados castellanos y andaluces que vinieron á la conquista, por aque­llos tiempos en que Juan del Encina las ponía asimismo en boca de los personajes de sus églogas.
Hay otras voces canarias que no son sino variantes de las castizas castellanas. Por ejemplo: cambar, por combar; encetar, por encentar; mojo, por moje; penino, por pinito; traqui­na, por trajín.
Jilorio, ó ajilorio, que se emplea por gazuza, proviene, sin duda, de ahilar, que significa desfallecer por falta de alimento; jilmero, que se usa por tacaño, debe de ser el arcaísmo jismero, equivalente á chismoso.
Un chicuelo que riñe en la calle con otro le amenaza, diciéndole: “Te voy a hinchar los besos.”  Quiere decirle que le hinchará los la­bios de una trompada. Beso, en esta acepción, se tiene por vocablo poco culto y sólo se usa en tono despreciativo, pero no es provincialismo; es la voz anticuada bezo, que pasó al castellano de la arábiga betio, labio protube­rante, si bien la pronunciación canaria ha trocado la z en s.
Larga enumeración podría hacerse también de voces castizas que se usan en Canarias con acepción especial. Empléanse igualmente bas­tantes provincialismos de las diversas regiones peninsulares, y con especialidad de Andalucía, y muchos americanismos, cuya importación favorece el constarte movimiento emigratorio de los canarios a la América española.
Son, en cambio, muy pocas las palabras de otras lenguas que han tomado carta de naturaleza en el habla canaria. Del portugués proceden bico (pico ó punta), margullir (sumergirse) y dibrusarse (apoyarse).
En Fuerteventura se llama á la arena jable, lo cual debe de ser corrupción del francés sable; cosa no extraña, si se tiene en cuenta que los primeros conquistadores de aquella isla fueron los normandos de Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle.
De los primitivos pobladores de las Cana­rias apenas se conservan unos cuantos nombres de alimentos, utensilios y plantas: gofio (harina de maíz, trigo ú otro cereal, previamente tostado el grano), gánigo (vasija de barro), tabaiba (nombre de planta), tasarte (nom­bre de pez), tajaraste (baile popular), etc.
Aparte de éstos y de los nombres de peces y plantas especiales del país, son contados los provincialismos genuinamente canarios. No respondo de que lo sean: baifo (cabrito), beli­llo (lío o envoltorio), cachorra (sombrero flexible de ala ancha), callao (guijarro), guirre (buitre), enguirrado (enteco), jarea (pescado abierto y seco), jeito (maña o habilidad), liña (cordel), masapé (arcilla), pirgano (palo seco de la hoja de palma), tenique (canto ó pedrusco) y tantos otros.
Los modismos populares canarios son tam­bién casi todos netamente castellanos. Algu­nos hay que están mostrando la arcaica contextura. Los majoreros indican la hora del obscurecer con la frase fusco ó no fusco, cuyo abolengo latino es indiscutible: fuscus, obs­curo.
Uno de los más curiosos modismos es la frase no le digo, con la cual, contestando a una pregunta, quiere decirse no lo sé. Ha dado lugar algunas veces a graciosos equívocos.
Yo he visto á un presidente de Sala, recién llegado al país, dar un respingo en su asiento cuando, al preguntarle á una testigo campesina, le contestó ésta con la mayor tranquili­dad del mundo:
- Pues, señor, no le digo.
Por cierto que pocos días después, en la vista de otra causa, el fiscal, que era malagueño, para averiguar si una tartana había pasado por cierto sitio a cierta hora, les preguntaba a todos los testigos por la diabla.
Y como nadie le diese razón de ella, cayó al fin en la cuenta de que si en Málaga se dice diablas á aquellos vehículos, en Canarias no se les nombra sino tartanas.
Lo cual viene á pelo para recordar que en todas partes cuecen habas, como suele decir­se en Canarias y en Málaga, y creo que don­dequiera que se hable el castellano.