Del habla canaria, un poco conocido artículo de "Jutelo" (1912)


Esta breve, pero riquísima, descripción del habla canaria, apareció en la revista Por esos mundos en agosto de 1912 (Año XIII, nº 211, págs. 188-190), firmada por Juan Téllez y López, alias Jutelo en los ambientes canarios. Constituye un fresco de la dicción popular y algunos de los términos locales que explica no figuran en el Diccionario básico de canarismos de la Academia Canaria de la Lengua (2010).  La ágil exposición es una muestra de la alegre curiosidad de este funcionario español, apasionado de las artes y las letras isleñas.

NO me atreveré yo a afir­mar que exista un dialecto canario; pero sí que hay en Canarias un modo especial de hablar el castellano, muy digno de ser conocido. Y no es solamente en la prosodia —entonación carac­terística, muy dulce, y cambio de la z y del sonido suave de la c por la s— donde se observan las diferen­cias con el habla de Castilla; es que en el citado archipiélago son de uso común palabras no admitidas en el dicciona­rio de la Academia, acepciones especia­les de otras voces que nosotros em­pleamos, pero en distinto sentido, y giros muy curiosos desconocidos en la península. Entre estas palabras las hay americanas, como la de alongarse, que se emplea en Tenerife y que, aun siendo voz castellana, puede considerarse hoy como un americanismo; las hay galle­gas, como esa tan expresiva, tan eufóni­ca y hasta onomatopéyica de magua —pesar de haber perdido una persona o cosa, arrepentimiento, nostalgia y pro­bablemente algo más—; pero hay otras propias del país cuyo origen se desconoce. Y es muy frecuente en las islas la aparición de voces nuevas; y entre estos neologismos los hay rarísimos, inexpli­cables. ¿Qué explicación puede darse al hecho de que los sombreros de paja se llamen en Las Palmas maipoles y los flexibles livianitos?
Durante mi permanencia en la capital de Gran Canaria, he tenido el cuidado de anotar toda palabra desconocida para mí y las nuevas acepciones de las conocidas; tal es el origen del presente ar­tículo. No pretendo, claro es, haber ago­tado el tema; mi intención es ofrecer estas notas a las autoridades en filolo­gía para que las hilvanen y ordenen desechando las inútiles; que abandona­rán de seguro, dada mi insuficiencia.

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He aquí primeramente algunos sustantivos.
Las palabras sombrero y gorra, son en Las Palmas, de escasísimo uso. Todo el que ha vivido en la citada población recordará el efecto que produjo oir en la primera casa donde entrara:
—¡Tóquese la cachorra!
Tocarse, naturalmente, es cubrirse; cachorra es el nombre genérico equivalente a sombrero. La verdadera cacho­rra es el sombrero de alas anchas que usa la gente campesina, pues el hongo se denomina medio bollo, y ya he dicho que el de paja y el flexible reciben otros nombres; pero, por lo general, el tér­mino sombrero se sustituye por el de cachorra. La gorra, en cambio, cualquie­ra que sea su forma y dimensiones, se llama cachucha.
Los labios, en Las Palmas, son los besos. Es frecuentísimo oir hablando del posible cohecho de un funcionario:
—¡A ese le han untado Ios besos!
Los carrillos son los cachetes. Una cachetada es una bofetada, y una nalgada un azote.
Se da el nombre de baifo al cabrito o chivo. Nuestra frase «esa es la madre del cordero», se sustituye en el archipiéla­go por esa es la madre de la baifa.
Al mono se le llama siempre machango, las «monerías», por consiguiente, son machangadas.
El lavabo es la lavadera. El jarro, el vaso.
Pirgano equivale a palo. Se dice, por ejemplo, el pirgano de la escoba. Un golpe dado con un palo es un pirganaso.
A las brujas, adivinadoras y echado­ras de cartas —profesión esta última muy extendida en el archipiélago— se las conoce con el nombre de sahorinas (zahorinas).
Los cacahuetes se llaman manises.
No se dice una pizca, sino un pizco o más bien un pisco.
La mopa es la borla que usan las se­ñoras para darse polvos.
El embudo se llama fonil; el soplillo, abanador; la pipa, cachimba, como en América. También se emplea la palabra ma­cana, pero sin su acepción burlesca y metafórica.
No se dice monaguillo ni monacillo, sino monigote.
A los narcisos se les llama nardos; a los nardos, tuberosas.
La palabra andancio, preciosa y expre­siva como pocas, equivale a epidemia, y se aplica más especialmente a la grippe. Está con el andancio, se dice de una persona acatarrada. Pero también se emplea en tono de burla. Cuando, por ejemplo, alguien dice que no tiene ganas de tra­bajar o que carece de dinero o que sien­te apetito o que le gusta una mujer, suele contestársele:
—¡Será andancio, porque a mí me pasa lo mismo!
Un insulto es un ataque de nervios. «Le ha dado un insulto» o «está insultado», dice la gente. Insultarse es perder el co­nocimiento.
Una última es un bautizo.
Asistir a una última o estar convidado a una última es ir a cristianar una criatu­ra. El origen de esta curiosa denomina­ción es fácil de explicar. Cuando se bau­tiza a un chiquillo, que es siempre de noche, la madre recibe a los convidados en la cama; y como al día siguiente se levanta ya, la noche de la fiesta es la úl­tima que está en el lecho desde que dió a luz.

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Muy curiosos son también los siguien­tes adjetivos y participios.
Fuerte, equivale a grande o hermoso y se antepone siempre al sustantivo que califica. En Canarias no se dice, por ejemplo: «¡qué hombre tan grande!» sino, «¡fuerte hombre!». No hay adjeti­vo más usado en Las Palmas; a cada momento se oye decir: «¡fuerte viento! ¡fuerte barco! ¡fuerte mujer! ¡fuerte dis­parate!»
Baladrón, significa pícaro, y casi siem­pre se toma en buena parte. Es muy corriente llamar a los niños baladronsitos.
Tomado, es lo mismo que borracho.
Privado, en su acepción literal, signifi­ca estar sin conocimiento; pero suele equivaler a orgulloso.
Desde que es rico está privado— se dice. También se usa para significar alegría, entusiasmo, cariño. Por ejemplo:
—¡Fuerte cariño tiene Fulana a su hijo!
—¡Oh, ya! (interjección la más común en Canarias). ¡Está privada!...
Soplado, literalmente, quiere decir in­flado. Así se dice que un niño está soplado cuando se le hincha el vientre. Pero también se usa para significar la vani­dad de alguien que se ha enriquecido de pronto o ha cambiado de posición.
Cumplido, equivale a largo.
Más expresivos son aún los siguientes verbos:
Gozarse, vale lo mismo que ver, asistir a un espectáculo o a cualquier acontecimiento. Me he gozado la Semana Santa— se dice; y también se habla de gozarse un entierro o un funeral.
Tocarse, como ya he dicho, significa cubrirse. Destocarse, descubrirse. No se destoque, es una frase consagrada por el uso.
Guisar, en Canarias, es hervir o cocer. Agua o leche guisadas, son agua o leche hervidas. ¡Hierbitas para guisar agua! ven­den por las calles de Las Palmas mucha­chas del interior de la isla.
Privarse o insultarse, valen por perder el conocimiento.
Albear, significa blanquear o enjalbe­gar.
Enroñarse, es un precioso verbo que equivale a enfadarse, incomodarse. Mantenerse, quiere decir calmarse. ¡Manténga­se; no se enroñe! dice la gente del pueblo por «¡cálmese; no se enfade!» que diría­mos nosotros.
Afrentarse, es avergonzarse. —«¡Afrén­tese, cristiana!»— decía una criada a su madre por no sé qué discusión que pre­sencié en Gran Canaria.
Un graciosísimo verbo es endrogarse, que equivale a llenarse de deudas, como si las deudas fueran drogas.

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Pero en lo que es más graciosa y dig­na de estudio el habla canaria es en los giros y en los modos adverbiales em­pleados por la gente del pueblo.
—No le digo contesta el que no sabe responder a lo que se le pregunta. Esta chistosa frase ha dado origen a más de un incidente en los cuarteles y en los tribunales de justicia.
Algunos oficiales y magistrados pe­ninsulares la han tomado por irrespe­tuosa; y sin embargo, significa sencilla­mente «no lo sé, no puedo decirle.»
A buena noche dicen las mujeres del pueblo al despedirse, en lugar de «bue­nas noches.»
—¡No te eches a familiar!— exclaman los viejos cuando reprenden a los jóvenes por subírseles a las barbas.
Del tiro y al golpito son dos frases adver­biales de lo más expresivo que puede concebirse. Del tiro, significa «de una vez»; al golpito, poco a poco.
Estar de gofio, quiere decir estar muy bien, perfectamente.
—¿Y la familia?— pregunta uno a otro.
—De gofiocontesta el interpelado.
Esto requiere una explicación. Mu­chos lectores sabrán que el gofio, ali­mento principal de la gente del pueblo en Canarias, es la harina de maíz tosta­da. Estar de gofio, pues, equivale a no ca­recer de lo necesario; es una curiosa elipsis por la cual se expresa la abun­dancia, el bienestar. Sinónima de esta frase es estar de flores.
Los nombres patronímicos de las islas son más conocidos: al natural de Tenerife se le llama «chicharrero»; al de Fuerteventura «majorero»; al de Lanzarote «conejero».
Para concluir, haré mención del uso, verdaderamente extraño, que el pueblo de Gran Canaria hace de los diminuti­vos. Contra lo que sucede en el resto de España, el diminutivo, en toda la isla, se emplea como muestra de respeto. El que se llama Juan o Antonio mientras es joven y soltero, pasa a ser Juanito o Antoñito cuando se casa o envejece. Lo mismo sucede en las mujeres. Llamar Pino o Cándida a una casada, en lugar de Pinito o Candidita, es una falta de respeto que equivale al tuteo. Nada asombra tanto a los canarios como oír­nos llamar sin diminutivo a una perso­na respetable, aun cuando anteponga­mos a su nombre un «don» o un «se­ñor» como una casa o contemplar cómo llamamos Juanito o Mariquita a los niños.